SÃO PAULO — En septiembre, a pocas semanas de la primera vuelta electoral en Brasil, Cabo Daciolo anunció una nueva estrategia para las elecciones presidenciales: dijo que iba a pasar veintiún días de ayuno y rezo en las montañas.
Daciolo es uno de los más de diez candidatos presidenciales para la primera vuelta del 7 de octubre y sus retiros espirituales no son la única estrategia poco convencional. También grabó un video en el que les pide a sus partidarios que ya no donen fondos para su campaña sino que recen por el país. Dice que una de sus prioridades es proteger a Brasil de la dominación de “banqueros, el Nuevo Orden Mundial, los illuminati y los masones”. Daciolo, además, ha denunciado que hay planes para establecer la Ursal, Unión de Repúblicas Socialistas de América Latina; es una teoría de conspiración acerca de la eliminación de todas las fronteras entre los países para crear una sola nación comunista latinoamericana… y, claro, es algo que no existe.
Los brasileños ahora se preparan para el fin de un periodo electoral muy peculiar.
Otro candidato, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva —quien lideraba en las encuestas hasta hace un mes, cuando fue inhabilitado por el Tribunal Supremo Electoral— ha estado en prisión desde abril. Lula, uno de los políticos más populares de la historia brasileña, cumple una condena de doce años por cargos de corrupción y lavado de dinero.
Aunque su juicio fue controversial. Alrededor de tres cuartos de la población brasileña cree que los poderosos solamente quieren evitar que participe en la campaña, de acuerdo con una encuesta de la empresa de investigación Ipsos. Sus partidarios creen que Lula, la figura más destacada del Partido de los Trabajadores (PT), es víctima de un sistema judicial sesgado. Dicen que la evidencia en su contra era insuficiente y que fue obtenida en buena medida por testimonios no confiables de personas que hablaron a cambio de sentencias reducidas.
En agosto, el Comité de Derechos Humanos de la ONU, un pánel de expertos independientes, solicitó que el gobierno “tomara todas las medidas necesarias para asegurarse de que Lula pueda disfrutar y ejercer sus derechos políticos estando en prisión”. De acuerdo con los expertos, Lula sí debería poder postularse para las presidenciales “hasta que sus apelaciones ante todas las cortes sean completadas en procesos judiciales justos”. Con la llamada ley de ficha blanca, aprobada en 2010 por el mismo Lula, los candidatos tienen prohibido tener cargos públicos durante ocho años si se ha mantenido una condena penal después de una apelación. (El caso de Lula fue confirmado por un pánel de tres jueces en enero).
Lula fue oficialmente expulsado de la contienda en agosto. El PT postuló a un sustituto, el exalcalde de São Paulo y exministro de Educación Fernando Haddad, pero a él le quedan menos de cuatro semanas para presentarse a sí mismo a los votantes si es que llega a haber una segunda vuelta. En algunas regiones del país, Haddad es alguien tan poco conocido que los votantes se han referido a él por otros nombres como “Andrade” y “Adauto”.
El nuevo puntero en las encuestas es el antiguo oficial militar Jair Bolsonaro. Es un candidato de ultraderecha que promete una renovación política pese a que él mismo ha sido siete veces diputado federal. En veintiséis años en ese cargo escribió 171 proyectos y solo dos se volvieron ley. (También propuso y consiguió que se aprobara una enmienda constitucional para que se obtenga un recibo en papel tras usar las máquinas de voto electrónico).
Bolsonaro reconoce que solo tiene un “entendimiento superficial” de la economía, pero eso le importa poco a sus votantes, que lo aman pese a —¿o será justamente debido a?— sus múltiples declaraciones insultando a mujeres, afrobrasileños, personas homosexuales, refugiados e indígenas. Bolsonaro se salvó hace poco de enfrentar cargos de incentivar el odio por el Tribunal Supremo, pero le ordenaron pagarle a una legisladora sobre la que dijo en una entrevista que era “muy fea” y alguien a quien no “valdría la pena violar”.
Pese a su polémica retórica, fue sorpresivo que Bolsonaro fuera apuñalado en un mitin el pasado 6 de septiembre. El sospechoso asegura que seguía las órdenes de Dios. El candidato sufrió heridas abdominales severas y pasó veintitrés días en un hospital. (El apuñalamiento no parece haber tenido mucho efecto en los sondeos).
Bolsonaro se ha mostrado nostálgico por aquellos años en los que Brasil era una dictadura; durante más de dos décadas ha abogado por el regreso de un gobierno militar. “Nunca resolveremos los serios problemas nacionales con esta irresponsable democracia”, dijo en 1993. La revista The Economist lo calificó en un artículo reciente, de manera fiel, como “una amenaza a la democracia”. En septiembre transmitió en vivo desde su camilla en el hospital y arrojó dudas sobre el sistema de votación electrónica de Brasil. “En la segunda vuelta la principal preocupación no es perder el voto, sino perder por fraude”, dijo. Hay preocupaciones de que se niegue a aceptar los resultados de la elección en caso de que pierda.
El nivel de rechazo de los votantes hacia Bolsonaro, de 42 por ciento, es el más alto para todos los candidatos, de acuerdo con la encuestadora Ibope. Es una cifra tan alta que un grupo llamado Mulheres Unidas contra Bolsonaro (Mujeres unidas en contra de Bolsonaro) sumó 2,5 millones de integrantes en tan solo unas semanas. En Twitter, la etiqueta #EleNão (Él no) se volvió viral. Pero los niveles de rechazo al PT y a Haddad también son altos, de un 29 por ciento, sobre todo entre las élites.
Así que tenemos a un candidato que está rezando en las montañas, un excandidato en prisión, uno cuyo nombre nadie recuerda y otro que parece estar haciendo planes en contra de la democracia.
Personalmente, me encantaría votar por un activista social de 36 años llamado Guilherme Boulos, uno de los principales líderes del movimiento de Trabajadores Sin Techo y una fuerza emergente de la izquierda. Su prioridad es combatir la inequidad social al aumentar la inversión pública en infraestructura, vivienda, salud y educación. Su agenda política es mucho más radical que la del PT.
Pero según las encuestas hay menos brasileños que pretenden votar por Boulos que por el monástico Cabo Daciolo y sus preocupaciones sobre los masones y el iluminado. Las leyes electorales brasileñas establecen que debe haber un balotaje si ningún candidato consigue la mayoría de los votos este domingo. Entonces, ¿qué debe hacer algún brasileño que sí quiera justicia social y no quiera ver retroceder a su país? Por el momento, la mejor opción es un voto táctico por Andrade.
Digo, por Haddad.
Es una lástima que así sea y que en una campaña tan extraña más gente aún quiera votar por las ilusiones que por ideales de la izquierda.